jueves, 29 de mayo de 2014

La merienda de una tarde: pucheros y cafés

     Aquel lunes 16 de diciembre de 2013 no fue como todos, nuestra sala de trabajo de los lunes se llenó de niños y niñas con sus respectivas mamás, entraron a visitarnos con la curiosidad que unos ojos infantiles ponen  en sus descubrimientos.  Decían pertenecer a un club de lectura llamado El Puchero de los cuentos’; un grupo infantil con la colaboración de sus padres y madres (sobre todo madres).
 

     Nos preguntaron sobre nuestras reuniones y algunas dudas más  que les fuimos desgranando. Poco a poco  el ambiente se hizo más distendido y ocurrió que la sala se llenó de magia,   para deleite de todos/as, y saltó la chispa de proponerles un tema para escribir.  
 

     Carlos, maestro jubilado les propuso que escribieran un cuento con el siguiente pie forzado: " Érase una vez un niño ( o niña) llamado....que encontró una ánfora en la orilla del mar". La  propuesta se hizo extensiva también a las madres.
 
     Pedro se dirigió a ellos/as y dijo: ahora os toca a vosotras/os, debéis elegir un tema. Hubo una pequeña reunión, como cuando se apiñan en un partido a deliberar los puntos de acción. Al rato  expusieron el lema del último libro que habían leído: “La formidable fábrica del miedo”.

   Habíamos escrito el principio de un cuento, que se formuló para desarrollarlo   el 20 de Enero de 2014.

     Y llegó el día con zapatos nuevos. En el salón de actos de la biblioteca un público expectante  se juntaba para saborear  el encantamiento de la primera cita.

 
     Leyeron  las  niñas y  el  único niño, también las madres y un papá, y  nos dejaron una orilla repleta de ánforas y de sueños. 




                             

     Nuestra asociación Café de palabras, desplegó  sus diferentes fábricas de miedo, en las cuales, volvimos a ser niñas y niños escondidos en  nuestros textos, o quizá,  sólo agazapados en una hojita de laurel en un plato de lentejas que nos sirvió nuestro compañero José Miguel.


“LA FORMIDABLE FÁBRICA DE  MIEDO”

Tenían tantas ganas de ir a la excursión del cole que se acostaron temprano por ver si amanecía antes. No podían dormir, sólo pedían que la noche se pasara… yaaa!!!.
Cuando aquella mañana de lunes abrieron los ojos, todos los niños aparecieron en un plato de lentejas. Con sus patatas, zanahorias, cominos, aceite, tomate, cebolla y trocitos de chorizo La Maravilla, los mejores.
En el campo cada uno tenía que describir lo que había encontrado. Un melón, una sandía, una flor, una caca…
Lo que nadie sabía, la seño sí, es que allí había una fábrica abandonada,  toda pintada de colorao, las paredes rotas, el suelo roto, los techos … estaban bien, todo color Caperucita.
No había puertas, ventanas sin cristales, mesas sin patas, y una luz roja que no se sabía por dónde entraba.
También había unos raíles de tren y una vagoneta de hierro con forma de una muela grande, cuando se montaron, ¡ahhhhh!, automáticamente se puso en marcha y los llevó al plato de lentejas,  no sabían dónde, todo rojo. Ahhhh, un guisante apareció con la cuchara en la mano, no es un guisante, es un gigante, bueno, pero trae una cuchara y ¡estamos en su plato!.
 Todos se escondieron debajo de la hora de laurel que como no se come…. La cuchara les pasó muy cerca, muy cerca… uyyy Juanito, un poco más y te engancha.
Llegó su mamá y les dijo: vamos dormilones que son las siete y os vais de excursión. Al lavarse las manos todos las tenían colorás, como aquella fábrica abandona.
En el campo no había ninguna fábrica para los mayores de cien años, pero todos los demás sabían que allí estaba.
Desde entonces cada vez que comen lentejas aplauden a la hoja de laurel y gritan ¡¡¡viva el laurel!!!... Viva!!!
Las mamás no entienden nada, ellos sí.
 José Miguel Prieto Palomino

     La tarde fue una merienda, entre pucheros y cafés, como la título Pedro Martos  en su blog 'El balcón de  Wiwi'  (pinchar aquí) en la que contó desde su punto de vista su experiencia, que también fue la nuestra, la de  una asociación literaria y un club de lectura pequeño en tamaño, pero grande en ilusión, algo  que nos llenó de magia.



Texto y fotografías: Encarni Fernández

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