jueves, 29 de mayo de 2014

La merienda de una tarde: pucheros y cafés

     Aquel lunes 16 de diciembre de 2013 no fue como todos, nuestra sala de trabajo de los lunes se llenó de niños y niñas con sus respectivas mamás, entraron a visitarnos con la curiosidad que unos ojos infantiles ponen  en sus descubrimientos.  Decían pertenecer a un club de lectura llamado El Puchero de los cuentos’; un grupo infantil con la colaboración de sus padres y madres (sobre todo madres).
 

     Nos preguntaron sobre nuestras reuniones y algunas dudas más  que les fuimos desgranando. Poco a poco  el ambiente se hizo más distendido y ocurrió que la sala se llenó de magia,   para deleite de todos/as, y saltó la chispa de proponerles un tema para escribir.  
 

     Carlos, maestro jubilado les propuso que escribieran un cuento con el siguiente pie forzado: " Érase una vez un niño ( o niña) llamado....que encontró una ánfora en la orilla del mar". La  propuesta se hizo extensiva también a las madres.
 
     Pedro se dirigió a ellos/as y dijo: ahora os toca a vosotras/os, debéis elegir un tema. Hubo una pequeña reunión, como cuando se apiñan en un partido a deliberar los puntos de acción. Al rato  expusieron el lema del último libro que habían leído: “La formidable fábrica del miedo”.

   Habíamos escrito el principio de un cuento, que se formuló para desarrollarlo   el 20 de Enero de 2014.

     Y llegó el día con zapatos nuevos. En el salón de actos de la biblioteca un público expectante  se juntaba para saborear  el encantamiento de la primera cita.

 
     Leyeron  las  niñas y  el  único niño, también las madres y un papá, y  nos dejaron una orilla repleta de ánforas y de sueños. 




                             

     Nuestra asociación Café de palabras, desplegó  sus diferentes fábricas de miedo, en las cuales, volvimos a ser niñas y niños escondidos en  nuestros textos, o quizá,  sólo agazapados en una hojita de laurel en un plato de lentejas que nos sirvió nuestro compañero José Miguel.


“LA FORMIDABLE FÁBRICA DE  MIEDO”

Tenían tantas ganas de ir a la excursión del cole que se acostaron temprano por ver si amanecía antes. No podían dormir, sólo pedían que la noche se pasara… yaaa!!!.
Cuando aquella mañana de lunes abrieron los ojos, todos los niños aparecieron en un plato de lentejas. Con sus patatas, zanahorias, cominos, aceite, tomate, cebolla y trocitos de chorizo La Maravilla, los mejores.
En el campo cada uno tenía que describir lo que había encontrado. Un melón, una sandía, una flor, una caca…
Lo que nadie sabía, la seño sí, es que allí había una fábrica abandonada,  toda pintada de colorao, las paredes rotas, el suelo roto, los techos … estaban bien, todo color Caperucita.
No había puertas, ventanas sin cristales, mesas sin patas, y una luz roja que no se sabía por dónde entraba.
También había unos raíles de tren y una vagoneta de hierro con forma de una muela grande, cuando se montaron, ¡ahhhhh!, automáticamente se puso en marcha y los llevó al plato de lentejas,  no sabían dónde, todo rojo. Ahhhh, un guisante apareció con la cuchara en la mano, no es un guisante, es un gigante, bueno, pero trae una cuchara y ¡estamos en su plato!.
 Todos se escondieron debajo de la hora de laurel que como no se come…. La cuchara les pasó muy cerca, muy cerca… uyyy Juanito, un poco más y te engancha.
Llegó su mamá y les dijo: vamos dormilones que son las siete y os vais de excursión. Al lavarse las manos todos las tenían colorás, como aquella fábrica abandona.
En el campo no había ninguna fábrica para los mayores de cien años, pero todos los demás sabían que allí estaba.
Desde entonces cada vez que comen lentejas aplauden a la hoja de laurel y gritan ¡¡¡viva el laurel!!!... Viva!!!
Las mamás no entienden nada, ellos sí.
 José Miguel Prieto Palomino

     La tarde fue una merienda, entre pucheros y cafés, como la título Pedro Martos  en su blog 'El balcón de  Wiwi'  (pinchar aquí) en la que contó desde su punto de vista su experiencia, que también fue la nuestra, la de  una asociación literaria y un club de lectura pequeño en tamaño, pero grande en ilusión, algo  que nos llenó de magia.



Texto y fotografías: Encarni Fernández

jueves, 22 de mayo de 2014

Lectura y convivencia en el centro de mayores 'Jaén Catedral'


    Desde enero una vez por semana, he acudido al centro de mayores 'Jaén Catedral' para hacer un taller de lectura. Todos estos meses han sido un reto para mí, con grandes compensaciones, como la de compartir lecturas y experiencias, puntos de vista y encuentros.
     Para finalizar este curso, les propuse a mi equipo de compañeros y compañeras de café de palabras hacer una lectura de textos propios  en el centro, reunirnos el miércoles 21  de mayo y juntarnos en  una tarde entre letras, a lo que sin dudar aceptaron ilusionados e ilusionadas.




     A la hora del café,  nos encontrábamos en muy buena compañía, tanto es así, que  algunos veteranos y veteranas se ofrecieron también a recitar de memoria sus poemas, con lo que la convivencia  literaria se  enriqueció y se hizo muy amena para todas las personas que asistimos al encuentro.




     También pudimos disfrutar de la voz de Marina, que además de leer un cuento, nos deleitó con dos canciones a capela que, entusiasmó tanto, que pidieron un bis como broche final.

     Otro momento importante  lo regaló Andrés Ordoñez, un joven de 87 años que escribe versos en su cabeza,  y tiene el talento de recitarlos sin titubear. Este  poeta, tuvo  una mención de honor de poesía en el " X concurso de relato corto y poesía para personas mayores"   con su poema 'Deseos de libertad”, el cual  recitó, y con su permiso,   pongo algunos versos:
" Si te nacen a este mundo;
sin saber si tú querrás,
con la muerte asegurada...
¿dónde está la libertad? (...) "


     Entre  cuentos,  poemas y canciones,  la tarde se  llenó de palabras, de versos y de sonrisas cómplices.






Texto y fotos: Encarni Fernández Sánchez

jueves, 8 de mayo de 2014

TEXTOS SOBRE 'SEDIMENTOS' DE LA EXPOSICIÓN EN EL MUSEO


CAFÉ DE SOBREMESA

Cuando Caridad y Lucía entraron corriendo al comedor de la vieja casa se encontraron a Carmela ante la taza vacía del café de la sobremesa.
-¿Por qué lloras, abuela? –Preguntaron a la par, sobresaltadas, las chiquillas.
-Porque ya no sirvo para nada. –Contestó la abuela mirándolas, pero con la vista y la mente en el abismo del infinito. –Ya, soy incapaz de leer los posos del café.
Carmela había saltado ya los ochenta años y tenía fama en el pueblo de leer el porvenir en los residuos del café; así había sacado, desde siempre, una ayuda para el sustento familiar.
-¡Qué irritación, abuela! –Dijo zalamera Caridad, la mayor de las chiquillas, secándole las lágrimas que le anegaban las mejillas y besándola en las sarmentosas manos, repletas de pulseras y sortijas. -Déjame a mí, a ver si he aprendido lo que me has enseñado.
Con sumo cuidado, Caridad, se acercó la taza y la escrutó concienzudamente; después clavó sus grandes ojos en Carmela y le sonrió.
-Señora Carmela- dijo muy ceremoniosa la chiquilla, -estos posos dicen poco de su futuro y mucho de su pasado. Hablan de cómo te las ingeniabas con la comida y con la ropa para poder llegar a fin de mes; hablan de cómo poco a poco la familia ha prosperado, gracias al trabajo, sacrificado y continuo, que tu marido ha realizado. Habla de las vacaciones en la moto por campings y playas. Hablan de tu salero y garbo en los bailes de ferias y nocheviejas. Hablan de cómo para tu familia siempre has sido el centro. Hablan en fin de los muchos años vividos, de todas tus alegrías y también de las penas. Pero, claro abuela, tan sólo esas pocas motas hablan de tu futuro; quizá ya corto, pero si tú quieres, dichoso y feliz rodeada de tu familia y con el respeto y reconocimiento de todo el pueblo.
-Abuela, los posos de tu café son los sedimentos de tu vida.

Francisco de Paula Aguilar Barranco 


CLARO PENSAMIENTO      
                                                
 Las clases destinadas a mejorar sus textos eran cada vez más aprovechadas. Las ideas a desarrollar  se incrementaban.  Creía que la entidad de sus relatos rozaba la categoría de las novelas cortas. Según sus expresiones, en las reuniones periódicas mensuales, manifestaba un progreso palpable como escritor. 
Cada mañana se levantaba más temprano para desmenuzar las palabras  con el diccionario. Las palabras encontradas en escritos anteriores no eran lo precisas que su experiencia le exigía.                                                           
 Un día se despertó plácidamente y vio todas las cosas en su sitio. Empezó a corregir frases y a cambiar párrafos completos de su ubicación porque no eran cronológicos. Tendría que releerlos, reordenarlos y tal vez suprimirlos de sus archivos. Incapaz de producir ninguna violencia lingüística, exento de ambigüedad y recelo todo estaba incólume, y mostró gran satisfacción. Se conformaba con su descubrimiento. “Para qué seguir escribiendo, si todo lo importante ya está dicho  –reflexionaba —y solo hay que buscarlo en los archivos, en mis resúmenes, en los libros de la biblioteca y entresacar, después, los pensamientos vitales y filosóficos”.
Se encaminó hacia su ordenador, que llevaba muchos años encendido, y se sentó ante él. Empezó a borrar, uno a uno, sus archivos, no sin antes pararse a recapitular en lo que originó cada uno de sus relatos: un deseo, una palabra o una idea primigenia. Su decisión era ya imparable. Continuó con la tarea de eliminar hasta que la pantalla quedó en blanco. ¡Qué bien!                                
Ahora descansaría y con ánimo buscaría el sedimento para sus historias. Muy seguro de haber acertado, era feliz.
Transcurrieron los años y un día alguien se encontró toda su obra primitiva guardada en el lugar esperado. A todo lo que fueron sus manos capaces de escribir, diariamente, su hijo pequeño, le hizo dos copias de seguridad. Simplemente, por prevención o pura mecánica.

                                                                                                                     Cristóbal Encinas Sánchez


CAMINO AL COLEGIO (Humedad y frío)

                  Huellas que dejaron en mi mente y sedimentos que morirán conmigo.
            En mi barrio en invierno, al agua salía desde un manantial por las rocas donde todos los días cruzábamos para ir al colegio, otros niños los llevaban sus madres y saltaban por las piedras puestas en mitad del cauce para que no se mojaran, como nosotros íbamos solos cada día a las nueve y al cruzar nos mojábamos esos calcetines grises de algodón que en mi época había, luego a la vuelta, doce y media; otra vez nos mojábamos y a las tres de nuevo. Entonces no había calefacción en la escuela, ni en casa por lo que todo el día se nos iba con los pies mojados.
            Esa sensación para mí imborrable, cuando hay humedad y lluvia; mi cuerpo, mis pies y mi mente sienten el frío y la humedad de mi infancia, un sedimento incrustado para siempre.

Carmen Buitrago Jiménez


Zarpando desde la costa más lejana, navega entre tinieblas. Surge premonitoria y definitiva la oscuridad que alcanza a la vida, finalmente vencida, tras una fuga inquietante.
Ataudes llenos de ilusiones apagadas antes del alba.  Inhumadas las esperanzas y los deseos insatisfechos que la negra tierra devora.
Tierra baldía, regada con lágrimas después del invierno, que hará brotar dulces recuerdos de palabras que acariciaron corazones. Recuerdos que al resurgir eternizan a quienes ya no están. Cenizas que desde su oscura y fría existencia, vuelven a renacer transformándose en ambrosía para el alma de los que quedaron.
Sedimento de los que se fueron, legado a quienes  continúan el viaje.

Juan A. Castillo

EL EQUIPAJE

           Preparó dos mochilas. En una metió la ropa y otros enseres que le serían de utilidad en el viaje. En la otra, todo aquello que le había enseñado su padre. Una serie de ideales de los que no debía desprenderse si quería triunfar en la vida.

Valor para afrontar las adversidades. Optimismo para mirar al futuro con esperanza. Generosidad que compartir con los demás. Esfuerzo con el que lograr cuánto se propusiera. Y sobre todo, amor, a fin de sembrar a su alrededor felicidad, compañerismo y amistad y evitar odio, envidias y rencores.

Sabía que el camino no resultaría fácil. Aún así, estaba convencido de que la mochila que encerraba los sedimentos heredados de su progenitor, le daría la fuerza y el coraje necesarios para llevar una vida honrada, plena y feliz.

Se secó las lágrimas, consciente de que ese día comenzaba el cambio generacional  Su padre ya no le vería llegar a lo más alto. Puede que ni él mismo alcanzara su objetivo. Lo que tenía claro es que trasmitiría todos aquellos valores a su hijo, a fin de que la memoria y el nombre de sus antepasados se perpetuaran en el tiempo.

 Cristina Piñar Morales



 AÑORANZA
Esta pena que me inunda
Este sin sentido
Este amor que me sobra
Este desatino.
Nunca supe, de donde venia
a donde iba
que sentido daba a mi vida
a mi persona.
Aquí y ahora, hay soledad
tanta que duele
fue tu sedimento,
el poso de tu semilla
alcanzó el alma 
y el corazón ahí quedó.
El residuo de tu vida
se me incrustó.

 María Jiménez Rámirez


TIEMPO, VIDA, AMOR

En lo más profundo de su alma, donde guarda los secretos más íntimos, 
se ha depositado todo lo vivido junto a él, como posos milenarios. 
Hoy le mira por encima de las gafas, mientras deja su labor sobre la mesa camilla. Sus ojos se detienen en las manos, dos palomas blancas, que en las noches de estío, sobrevuelan esa luna de cristal, que oculta, vive entre sus pechos, luego en su boca…Por entre la comisura se le derrama una letra, y luego otra, y otra..., hasta formar un te quiero, que ella recoge al instante, entre malabares, para evitar que quede perdido en el vacío. Entre complicidades, se lo devuelve en un tierno beso. 
Consuelo Galiano Santiago


lA GEOGRAFIA DE SU PIEL
El espejo deja ver por entero su figura. Se detiene. Se contempla de arriba abajo, y ve a una mujer de líneas onduladas como el mar. 
―Eres guapa, —Le dice él. Ella calla.  
―No lo soy, simplemente estoy viva, ―le responde con una sonrisa silenciosa.
Vuelve a fijarse en esa otra hembra que se muestra frente a ella, y comienza a acariciar con las yemas de los dedos, ese frágil continente que es su piel. Sinuoso y delgado trazo que se recorta en la luna del cristal. Bajo él, se ha ido archivando la memoria de siglos vividos: dolor, placer, ausencias, reconocimiento, soledad, lascivia, libertad…
Estratos tatuados con historias de vidas pasadas, que a falta de vivencias propias, se dejaban vivir, y que se hacen presentes cuando la caricia se acerca a ella.
Piel de todos los tiempos, jeroglífico mudo, instalada en su geografía de mujer, que muestra cuando se lo piden. Tiene ademanes de princesa antigua, tímida y lujuriosa. No desea esperar, ahora juega a sentir. Regresó el deseo de ser y con él, el de estar.

Olvidado el pasado, el miedo y la intransigencia, ahora sabe que la piel confirma su estancia en la tierra. Quiero, puedo, soy… Viento, tierra, agua, árbol, río, piedra.
Tan solo espera que unos delicados dedos traspasen los límites de su cordura, y la eleven a un mundo de placer desconocido en el que el único rezo sea rogar por no morir dejando ese último beso tatuado en la geografía de su piel.
Juana Lombardo González



SEDIMENTO
Acaba mi camino,
me hundo,
seré eterno.
Está mi destino
en el fondo profundo,
seré  sedimento

¡Yo! Que fui montaña
y toqué el cielo,
hoy no soy nada
sino polvo marinero.

Yo… que surqué el Rio de La Vida
y en él quise viajar,
que rechacé sus orillas
por morir en el Mar.

Jorge Expósito Serrano



 OBJETOS PERSONALES

Toda ella intemporal, en silencio, con el pasado y el presente  bajo los pies, y acomodados los espacios  alrededor de su habitación, fue deshaciendo el nudo del tiempo   que diluido ahora en su vida  podía  seccionarlo  en muchas partes de un todo.
 Al fondo, muy al fondo de ella recogió el primer recuerdo en la distancia, aquel que mostraba sin aristas el miedo infantil lleno de estrellas y de lágrimas con una luna  redonda  como centro de una espiral de recuerdos  que flotaban como sedimentos  en su memoria.  Giraban entonces fotografías  de diferentes instantes que se hilvanaban en grandes trazos de imágenes que crecían con ella y junto a ella.
En otra parte acomodó un frasco de cristal  con un puñado de arena y algunas piedras pulidas que  trajo de  la orilla. 
 Había también cartas manuscritas  que recorrieron  trayectos  de cariño y que duermen dobladas  en un cajón  acompañadas  de hojas que cayeron  un otoño. También coleccionó  palabras obsoletas que anotaba en una libreta  y añadía personajes femeninos que la historia devoró con el olvido.
 En la estantería   amontonaba libros como fósiles  de otra época que llegaron rescatados  de nostalgia. Y  en ese bucle inquieto de evocaciones,  el espejo de su cuarto le devolvió  ondulitas de piel sobre su cuerpo, que pronto anunciaría el final de una etapa para comenzar otra,   de caminos ya conocidos, de objetos  que  se salvaron  a pesar de los años transcurridos, incluso ella  quedaría erosionada,  como un guijarro en el ciclo natural de las estaciones. 

Encarni Fernández Sánchez


LUZ EN EL FONDO

Era muy niña, con un corazón pequeño, repleto de soledad y miedo. Quería vivir, quería jugar, quería ser ella, y a su alrededor solo halló sentimientos y recuerdos que no le correspondían, y uno a uno se fueron posando en el fondo de su alma, y allí se quedaron para marcar su vida.

Dentro de ella quedó un vacío, una herida. Quería salir, quería curarse, necesitaba esperanza y amor.

Algún tiempo después reconocido su mal. Decidió salir y afrontar el dolor. Al fondo veía luz, quería ir hacía ella. No pretendía otra cosa que hallar, con qué completar ese hueco y ese corazón, y plantar allí el amor.

                                                                             
                                                                                   Juani Rodríguez López


RETAZOS DE ALGO QUE UNA VEZ FUE

Cada uno de los segundos que del tiempo se descuelga canalizaba aquellos desechos fragmentados hacia otra esfera, la del recuerdo. Así se deslizaba  en su vivir diario, un zig-zag sin sonido y mudo, volátil...
Memoria henchida, estrecha de oquedad pero hueca.
Agujereada de vida presente.

Cada gota sudada que una vez vivida abandonaba su cuerpo para no volver nunca se reformaba de nuevo en esos sedimentos…
Si miras al horizonte, por encima de aquellas rocas
....  allí.....
fue donde  quedaron los restos después de que el meteoro se ensañara con su alma. Olvidaron el cuerpo y con el paso del tiempo la naturaleza se encargó de hacerlo suyo.

Sonia Mena Delgado


SEDIMENTOS

Aturdido por la mezcla de tragedias y de logros, de caos y de razones,
de impulsos y retrocesos, de vida y de muerte.
Desconocido, enigmático, imprevisible, desubicado.
Rebuscando  en el magma retorcido por mil dudas,
 escudriño  con desvelo  la  razón de mi existencia.

Me sorprendo diluido en mil sedimentos,
 cincelado por avatares intemporales,
configurado por el peso dolorosamente indoloro del tiempo y de los hombres,
amalgamado  con mil aportes en pugna,  excluyentes,
 complementarios y aglutinantes.

Me  aferro, como a tabla de naufrago, al mestizaje,
poso  de hombres, de agua, de piedras, de razas, de tierra primitiva,  
y vomito la pureza,  instrumento destructor y vengativo de perversos y justicieros  dioses.
Vomito la pureza. 
Carlos Peris

  

SEDIMENTOS

Nos conocimos a fondo en el aseo de una discoteca. A fondo. Después me invitó a otra copa, bailamos, podrías ser mi hija decía, ¿salimos a la puerta a fumar? en estas me besa hasta la boca del estómago, me invita a otra copa, ¿te estudio o te trabajo? me gustaría poder decirle a mi mujer pero mi mujer es una puta frígida, ¿bailamos?, pequeño bombón decía y bailábamos, me soba la entrepierna, le digo está amaneciendo, me ofrece churros, le digo no, ya está amaneciendo, por fin se monta en el coche, lo llevo a mi apartamento y sé que me toma por estúpida, qué se habrá creído esta carne de geriátrico, como todos, me digo, todos los hombres son iguales me digo, pero sonrío, subimos las escaleras del bloque, abro la puerta, en estas me besa, me muerde, me dejo entera y sin ganas y entonces pienso en, entonces sonrío, ¿nos damos un baño juntos? le pregunto, le parece bien, ve desnudándote yo ya mismo vengo, pienso en y sonrío. Sonrío. Pequeño bombón, has tardado, me dice, pequeño bombón me digo, sonrío, el viejo ya se ha metido en la bañera, está caliente, me dice, me acerco, sonrío, yo, que vuelvo de la cocina con este cuchillo, cómo sonrío, puta frígida, como mi mujer, se asusta, me grita y cómo sonrío, no lo hagas, no lo hagas, implora, a la yugular, ya no me dice nada. Podrías ser mi hija, recuerdo. A la yugular. Sonrío. ¿Nos damos un baño juntos? le pregunto, ya no contesta, me desnudo, me meto con él en la bañera, está caliente, le digo y el muy cabrón ya no contesta. Como todos. Dos semanas después no sé qué he hecho con el cadáver, pero la sangre, a sangre fría, la sangre, reseca en las paredes de la bañera, en los azulejos. En la hoja del cuchillo. Lamo el filo, me dejo entera, está caliente, me digo. Sedimentos de lo que fue. Lo conocí como los conocí a todos, a fondo, en el aseo de una discoteca. Bailamos.

Begoña Rosamarchita


SEGUNDA PIEL

Compartíamos amigos y agenda, pero nunca habíamos quedado a solas.

Cierta expectación rodeaba a aquella llamada inesperada y a aquella cita, propuesta y aceptada, sin más.

No era una cita romántica: no tenía que medir las palabras; la sonrisa era franca y la mirada abierta. Cada vez más cómodos, cada  vez  más  cerca.

Los labios se fueron liberando de palabras y el silencio se llenó de gestos.

Nadie te había invitado, pero allí estabas tú: en la curva de sus labios; en la yema de sus dedos.

Tú incrustado en mi piel.

María del Rocío de Vargas Aguilera.


SOPLO DE VIDA

Un largo pasillo de baldosas blancas y negras, columnas de piedra que susurran los secretos del pasado. Antes de entrar reza en voz baja, moja un dedo en la pila bautismal y pinta en su frente con agua bendita. Cierra los ojos, camina muy despacio, se le hincha el corazón, aprende a creer en el mundo que le rodea. Es el único lugar donde consigue encontrar ese espacio suyo, oyendo como bisbisean los ángeles desde lo alto. Pierde sus ojos hacia el centro del universo. Le gusta cómo está formada la estructura, cada pieza que lo rodea, todas debidamente colocadas, el olor del incienso…
En una de las pilas bautismales encuentra el vacío de bendición. Sedimentos que ha dejado el constante contacto de los dedos sedientos de fé.
Sara G. Martínez


SEDIMENTOS (Lodo, ya sólido)

El limo en el fondo de mi corazón le da un aspecto solemne. Quiero mantenerlo, para recordar tu estancia allí, como agua que pasa y que deja su poso; primero de pasión, después de amor y ahora... no sé que poso deja ahora. Me gusta mirarlo e imaginar que volverás a dejar restos sobre mi, restos tuyos sobre mi piel, restos del paso de tu vida, de nuestras vidas, si es que aun crees en eso. La duda me impide sentir. Quiero tener fe, quiero tener amor, quiero tener la certeza de que solo estás fuera, y que volverás a decirme a la cara que lo nuestro tiene que terminar. Nunca aceptaré que no puedas volver del cementerio, aunque sea solamente un momentito.

Fabián Madrid


NO SEAS SEDIMENTO
 Se camino aunque vayas descalzo, pronto tendrán alas tus pies, no seas sedimento del beso que no rozó tu labio de arriba,  sé el que sueña con besar el de abajo más… gordito.
No seas los campos, ni  la fragancia,  ni la libertad, ni las encinas, ni las nubes, sé  aceite virgen en la tostada de cada mañana.
En la silueta de Luna, no seas sedimento de un deseo que no llega al kilo, en novecientos gramos se quedó.
Sedimento que recoge el acantilado de palabras, reflejo a media voz,  orfebre de un deseo, cuenta y aguanta.
Nunca sedimento de sus sueños, se impronta  flamenca en brisa de gin-tonic  hielo y rodaja con burbujas de limón,  arranca al aire un quejío que conmueva y descanse.
En los sabores, sedimento de tus pucheros,  caldicos que  resucitan; se me saltan las lágrimas cuando veo tus croquetas liás.
En las ilusiones, sedimento de lo que escribes, rastro de una lágrima, sonido de tu nombre, taconeo que dibujas.
Sé Sedimento de lo que nunca llega, más real que la sal, el laurel y la nuez moscada.
Sedimentos de mi alma todos los cielos que amanecen en el Bulevar.
Desde la primera vez que te vi, existe tu sedimento en un  cómo  en un por qué…
Cuando llegue el último sedimento, ese que nos hará polvo, diremos con el poeta,   polvo de enamorao, no temas, ahora empieza todo.

José Miguel Prieto


TRISTEZA
Hay momentos en que la tristeza se acomoda, y te acompaña asiduamente según la situación por la que estés pasando, y se hace perpetua, arrastra la alegría como el agua en el cauce de un río y te hace olvidar los buenos tiempos de un plumazo, cuando emerge en tu mente.
Siempre está ahí; quieta, agazapada y crees que está ausente… de pronto aflora y ¡cómo lo hace! con una fuerza lacerante e hiriente. Es cómo un sedimento que si lo remueves sube a la superficie y se mezcla tanto que tarda en posarse de nuevo.
La vida entremezcla estos sentimientos como el café con el azúcar, que si la mixtura es homogénea te endulza muchos instantes y sin embargo, cuando se deposita el azúcar en el fondo, el trago suele ser… amargo.

(Duende) Marina Ruiz



UNA PALABRA
¿Y si te enamoras de mí? Mi pregunta te roza sin que te des cuenta, porque no eres consciente de mi presencia. Yo soy una palabra con forma de cuerpo, que aletea despacio a tu lado, sin saber cómo decirte que te quiero.
            Me vuelvo hacia ti para contarte que mi vida es sedimento de palabras. Con ellas aprendí a llorar y reír, a odiar y amar. Ellas me enseñaron como acariciarte con la voz, como besarte con la mirada. Las quise tanto que me convertí en una de ellas.
Pero cuando te conocí, me di cuenta que una palabra sola no sirve para nada. Necesita oídos que la comprendan y un corazón que la cobije. Por eso permanezco a tu lado, esperando que un día me descubras en tu silencio y te enamores de mí.

                                                                                  Alicia Hortelano